viernes, 13 de mayo de 2016

CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD. CAMBIO DE PARADIGMA



Nos hacemos eco y damos difusión a este artículo de opinión realizado por:


No os voy a contar nada que no hayan contado otros, sólo deseo remover lo que ya conocéis pero que no habéis pensado en ningún momento que pudiéramos hacerlo nuestro. Traemos un argumentario basado en gente tan conocida como Freire, Habermas, Maturana, Vigotsky, Calderón o Goffman y hablamos de conceptos tan usados por la clase política como clases sociales, vulneración de derechos, personas oprimidas…, con una diferencia: no nos estamos refiriendo a la llamada clase obrera.
Nos referimos a nosotras: las excluidas por funcionar de forma diferente. No somos seres extraordinarios venidos de otro planeta ni tenemos super poderes como los Cuatro Fantásticos, ni llevamos capa como Batman, ni volamos con escoba como las brujas, ni montamos en unicornios como las hadas… Somos simples mortales como los demás, pero se nos pide que seamos capaces de superar unos obstáculos que nos vienen impuestos. ¿Por quién? Daremos respuesta a esta pregunta y a otras que irán apareciendo.
No somos productivos como tampoco lo somos las amas de casa, aunque hay una diferencia entre nosotras y ellas. A ellas se les ha asignado el rol de cuidadoras y a nosotras el de ser objeto de cuidados. Así, las no productivas se quedan recluidas en casa. Tanto unas como otras quedamos fuera de la categoría de obreras, con lo cual carecemos de poder adquisitivo para comprar derechos y entramos en la categoría de quienes perciben condescendencia y favores.
Esto nos da un punto de partida social, el de “la discapacidad“. Debemos tener claro que estamos hablando de una “construcción social”, no de una condición humana. Son los entornos físicos, educativos y sociales creados por el ser humano los que crean la discapacidad y por tanto, son modificables. Creo que deberíamos hacernos algunas preguntas:
– Si somos los diseñadores de nuestros contextos sociales y culturales, ¿por qué no los hacemos inclusivos? ¿Qué interés puede haber en excluir? Es evidente que hay un interés en segregar. Y el único interés que puede haber es el de fragmentar la sociedad, estableciendo condiciones para la competición entre clases sociales creando así una pirámide en la que la clase dominante se encuentra en el vértice superior. Esta clase dominante alcanza esa altura de dominio con el establecimiento de unos elementos que sirvan de “criba social”, al ir tamizando a las personas por diferentes características identitarias que va clasificando a las personas al tiempo que va formando capas de desigualdades sociales, económicas y culturales. Estos tamices son reconocibles por todos. Son tales como el género, la raza, las capacidades (físicas, sensoriales, intelectuales o mentales)… Curiosamente todos esos elementos tienen una supuesta justificación, casi siempre médica o científica, que da certificado de veracidad y lógica a sus argumentaciones.
No olvidemos que hay establecidas unas medidas, unos percentiles médicos y unos coeficientes intelectuales, psíquicos y barómetros sociales por los que se nos va midiendo y categorizando desde que nacemos.
La primera categorización está en qué condiciones hospitalarias naces dependiendo del nivel adquisitivo de la familia, si estás sano, si eres niño o niña… Así se va creando el pensamiento de “condición humana”. Todo aquel que no encaja en esas medidas ni de refilón o entra en unas sí y en otras no, va perdiendo “rasgos de humanidad”. Es ese el motivo que provoca “el pésame” cuando nace un bebé con diversidad funcional, porque se entiende como una gestación fallida. No se ha tenido un bebé (este murió en el momento de nacer), se ha tenido una “discapacidad”. Ocurre igual cuando alguien por enfermedad o accidente adquiere una diversidad funcional. También recibe el pésame aunque siga vivo. Para los que le rodean en cierta medida ha muerto, ha dejado de ser quien era para “renacer como discapacidad”. Aquí empieza el proceso de “cosificación”, empiezan las terapias a contra reloj, la búsqueda de la rehabilitación y de la cura porque se trata de recuperar la humanidad perdida en el momento de nacer o del accidente. Sin decirlo, todo su entorno familiar sabe y es consciente de su exclusión por el sistema, así como la persona a la que le sobrevino la discapacidad.
La persona va creciendo, viéndose fuera de todo lo considerado normal y por tanto, de todo lo considerado humano. Entramos en lo clasificado como “especial”, y tan especial lo ponen que hasta para el sistema de salud eres “complicado”. No estás dentro de los datos, los análisis, las pruebas médicas, la maquinaria… Nada está pensado para la diversidad humana, incluso los profesionales tienen que ser especiales. No vale cualquier pediatra, por ejemplo.
Así es como accedemos a la vía muerta del sistema educativo, también “especial”. Y así se desencadena un suma y sigue que va dejando a las personas en un mundo paralelo.
La vida especial y la vida en si. Dos líneas paralelas que ni se cruzan ni se juntan en ninguna parte del camino. Esa es la intención del sistema. La invisibilidad de las personas que no deberían haber nacido, esas a las que se considera una carga social por su falta de productividad, personas a las que se quiere ocultar porque nos recuerdan nuestra fragilidad natural.
Todas sentimos quiénes somos y cómo somos según percibimos cómo nos ven los demás. Cuando un padre, una madre o maestra trata a un niño o niña de forma diferente a los demás, sencillamente le está diciendo que es diferente y que esperamos por su parte un comportamiento diferente. Cuando a un niño se le está diciendo continuamente “¡mira que eres malo!”, estamos condicionando su conducta. Cuando una niña recibe como primer regalo de cumpleaños un disfraz de princesa, un cuento de princesas o una muñeca vestida de princesa, ¿qué le estamos diciendo? Que se comporte como tal, o por lo menos que lo intente, y además, que haga una cosa u otra tal y como creemos que se debe comportar una princesa. Es decir, la idea que se nos ha preestablecido a todos de lo que es una princesa, aunque luego la realidad diste mucho de la idea que se nos ha vendido. Pues exactamente lo mismo ocurre con las personas con diversidad.
Al encontrarse en la cara oculta de la luna, se crea un pensamiento subjetivo de cómo deben ser, cómo deben comportarse, se les construye una identidad definida por otros, normalmente tan falsa como la de princesa o la del niño malísimo. Es esta, en realidad, una identidad interesada, porque definiendo al otro, yo me coloco en una mejor posición en la escala social. Cuando le arranco legitimidad al otro, soy yo quien está ganando en legitimidad. Ese acto de violencia está propiciado por un sistema que se basa en un ejercicio continuo del poder y la competitividad. Es exactamente el mismo motivo que provoca que nos desayunemos a diario con distintas dosis de maltrato y violencia de todo tipo: de género, racial… De esta forma la persona con discapacidad va adquiriendo una percepción de sí misma creada por la mirada de los demás que no la sienten como ser humano. Va construyendo su identidad “discapacitada”, debiendo superar infinidad de obstáculos tanto físicos como mentales y emocionales. No debemos olvidarnos de las emociones porque son las que envuelven todas las decisiones de nuestra vida. Cuando el sistema se niega a reconocer que no existe una normalidad en nuestra naturaleza humana, estamos creando sentimientos de culpa en la persona con diversidad. Su vida es un continuo “no te puedo enseñar porque no aprendes”, o “eres demasiado lento”, “no te hablo porque no hablas” o “no oyes”, “no juegas porque no corres o saltas”… En realidad lo que se está expresando es un “no te enseño porque tu forma de aprender es diferente y no me han preparado para enseñarte”. La incapacidad o discapacidad no está en ti, está en mí, pero el sistema competitivo en el que convivimos me obliga a no reconocerlo porque en ese momento estoy reconociendo dos cosas: una, que si tú eres discapacitada, yo también. Por tanto nos ponemos a la misma altura y pierdo poder. Y otra, que puede ser aún más peligrosa por subversiva: el sistema falla y se hace evidente que hay que cambiarlo. Pero entonces tiembla todo lo que se ha dicho, pensado y hecho hasta ahora y nuestra zona de confort, ¿en dónde queda?
Cuando saltan todas estas cuestiones, tanto en el ámbito familiar, social o personal; cuando la persona empieza a no reconocerse en esa mirada distorsionada de su auténtico yo y de su realidad personal, nace la resistencia a lo establecido por otro; nace el empoderamiento personal y con él, la rebeldía a mantenerse en el oscurantismo e invisibilidad que proporciona el sistema a la persona con diversidad. Empieza a saberse como sujeto de pleno derecho. Es aquí cuando empieza el cambio de paradigma que da lugar a querer parchear lo que hay, queriendo suavizar una situación de discriminación permanente con la llamada integración, que no da ni respuestas ni soluciones. Sólo camufla una situación de violación permanente de derechos. Es la sombra de la pirámide de poder: quien se encuentra en el vértice ni quiere dejar de estar allí ni puede dejar de ejercer su peso y presión. ¿Por qué no cambia el sistema educativo, ni el sistema de salud, ni las condiciones para el empleo…? El sistema hace su función eugenésica: incultura, enfermedad y pobreza.
La discapacidad, como imagen social, nos habla de un sistema basado en la puesta en valor de la competitividad que deja en la cuneta a los que no pueden competir. Por el contrario, la diversidad funcional nos habla de inclusión, de equidad, de un reconocimiento de nuestra condición humana, diversa en funcionamientos y capacidades.
Somos animales cooperantes e interdependientes. Es nuestra naturaleza. Se puede comprobar en las distintas fases de nuestro ciclo vital cómo nuestras capacidades van desarrollándose según nuestro entorno y cómo van menguando con el pasar de los años, necesitando desde el nacimiento hasta la muerte la colaboración del grupo.
La diversidad funcional, al igual que la ecología política, lo que hace es poner como eje central “los cuidados”, el cuidarnos entre nosotras y cuidar nuestros entornos porque la inclusión supone priorizar esas relaciones basadas en el respeto.

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